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En nuestra primera escuela: El Útero
Dr. Gonzalo Medina Aveledo
Médico Ginecólogo-Obstetra
IVSS-HUAL-UC-FCS-DCIN
En el sentido más elemental, la memoria es el proceso por el que retenemos lo que experimentamos y aprendemos. Dada su naturaleza, la experiencia se modifica a medida que crecemos. Sabemos que el futuro bebé no experimenta las mismas cosas, ni la misma manera, que un niño de uno o dos años, igual que uno de esa edad no experimenta lo mismo que un adulto. Sin embargo, los amplios abismos que se abren entre estos distintos estadios del ser, no implican que un ámbito de la existencia quede borrado al entrar al siguiente.
De los grandes científicos, estudiosos del cerebro humano del siglo pasado, hemos aprendido que el cerebro esta hecho de neuronas y conexiones o sinapsis, de neurotransmisores y de receptores, pero la mente es algo más que la suma de esas partes. Al trabajar juntos los elementos del cerebro, crean una red que desemboca en la conciencia compleja que denominamos Mente.
En los últimos treinta años la psicología prenatal ha encontrado pruebas fehacientes de que los aspectos fisiológicos de la concepción y sus consecuencias inmediatas incluido el viaje del organismo multicelular o zigoto por la trompa de Falopio y su implantación en el útero, así como el estado emocional de la madre, han dado lugar a las capas iniciales de la memoria generando un impacto profundo en la mente de ese nuevo ser, promoviendo recuerdos. Esto traduce que las emociones del bebé no nacido se inician desde el momento de la concepción. De allí la importancia y la motivación principal de los padres en el momento de concebir un hijo.
Tener un hijo es para la mayoría de las personas un acto de Fe, que supone la creencia de un futuro mejor no solo para los padres sino también para el mundo. Sin embargo a menos que mejoremos de manera activa nuestro conocimiento del modo de tratar a nuestro futuro bebé, de enviarle emociones positivas, de enseñarle sentimientos nobles con nuestros pensamientos, ese acto de Fe, no se verá recompensado.
Es aquí donde se sitúa el rol capital de la pareja. El padre brindándole apoyo emocional y afectivo a la madre. Y la madre a través del mejor remolino de sensaciones, transmitiéndole a su bebé no nacido el mejor de los afectos: el amor.
Todo por una sencilla razón. ¿Sabes donde experimentamos las primeras emociones de amor, rechazo, tristeza o alegría? Pues, en la primera escuela a la que todos sin excepción hemos asistido: el útero de nuestra madre. Allí hemos asistido dotados con una carga genética: Inteligencia, talentos y preferencias. Sin embargo, ha sido la personalidad de nuestra maestra (madre) quien ha ejercido una poderosa influencia en nosotros.
Hoy vivimos en un mundo paradigmático, y a ese ser inerte que es el feto, considerado así hace algunos años, lo podemos enseñar intrauterinamente, a través de un complejo sistema basado en el tacto y los sonidos (efecto Mozart), por ejemplo, según estudios realizados por nuestro colega Obstetra Rene Van de Carr, de Hayward, California, quien ha creado la Universidad Prenatal. Sus experiencias en otra ocasión se las comentaré, por ahora solo me resta comentarles, que la mejor lección que puede darle a su hijo no nacido es que lo ames profundamente. Esta sensación va a quedar codificada en las células de su cuerpo y en los circuitos neuronales del futuro bebé. Si se entiende esto, los padres estarán mejor preparados para crear unos recuerdos cada vez más felices en su hijo no nacido, en la primera escuela por la que todos hemos pasado, el útero de nuestra madre.
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